El coste de una tragedia crónica llamada Long Covid-19.

Las enfermedades crónicas se controlan pero no se curan.
No hay un consenso acerca del plazo a partir del cual una enfermedad se considera crónica pero por término medio, toda enfermedad que dura más de seis meses se puede considerar crónica. Del mismo modo, es una/un paciente crónica/o aquella/aquél que tiene una afección permanente – e incurable- con periodos que alternan la estabilidad y las recaídas. Atendiendo a estas definiciones podemos hablar de Long Covid-19 como la Covid-19 crónica y de una/un Long Hauler como una/un paciente crónico de Covid-19.
A pesar de la lógica que encierra saber que se trata de una enfermedad infecciosa y de tanta evidencia científica, a estas alturas de la película miles de pacientes de Long Covid-19 seguimos sufriendo el desdén generalizado ante nuestra condición de no salud.
El gran éxito de toda/o profesional de la medicina no debería obedecer a tener el mejor expediente académico sino a su naturaleza humana; naturaleza que no debe estar exenta de humildad, entrega y generosidad y sí, carente de soberbia. Así una/o acierta siempre.

La humanización de la sanidad empieza por la relación médico-paciente y las/os pacientes siguen reclamando mayor comprensión y respeto.
Se trata de cumplir con los fines de la medicina: Prevenir la enfermedad, conservar la salud, aliviar el dolor y el sufrimiento causado por la enfermedad, en definitiva curar y cuidar.
Muchas personas eligen ser médicos pero nadie elige ser paciente.

Este ‘cuidar’, porque curar no siempre está en la mano de la/del galena/o, lleva implícito el ‘acompañar’a la/al paciente. La/el paciente no debe sentirse sola/o ante la enfermedad y la/el médico debe aprender sobre la enfermedad de su paciente, si no la conoce, para poder cuidarle. Es imperativo ético buscar qué tratamientos van a hacer la vida de la /del enferma/o más plena, más fácil y más bonita cuando vive con una patología crónica.
Ya no nos sirve: -«No sé, no conozco.» -«Es una enfermedad nueva. Es un virus nuevo.» -«No hay tratamiento. Hay que seguir investigando». Esto no nos sirve. Dos años y dos meses viviendo con Covid-19 y escuchando la misma letanía. Pero ¿quién pide cita a su médico para que le diga semejantes majaderías?
-«¿Qué tal si aprendes, si investigas…? Soy tu paciente. Tengo Covid-19. No tengo otra enfermedad. ¿Me vas a dejar colgada/o? ¿Me voy a mi casa con un ¡Ánimo! ¡Cuídate!? ¿De verdad? ¡Cuídame, cagüen…., cuídame! No me abandones. Tengo miedo. Quiero vivir y no sé qué me espera».

La sanidad pública la pagamos todas/os, también las/os enfermas/os de Covid-19. No dejamos de sufragarla porque no hay nada qué hacer con nosotras/os. No nos eximen de hacerlo por no darnos el servicio que pagamos. Aquí no hay descuentos ni devoluciones. A pagar como toda/o cristiana/o. En la línea de lo que he expuesto sobre la obligación de una sanidad pública que cuide a las/os pacientes y procure tratamientos para que mejoren, las/os enfermas/os de Long Covid-19 asistimos a situaciones dantescas donde reina la inequidad. Y es que, haciéndose eco de los ensayos clínicos y estudios internaciones, algunas/os facultativas/os recetan algunos medicamentos
a modo experimental y con cuenta gotas, a pesar de comprobar que su uso resta padecimiento. Otras/os ni siquiera los recetan pero nos derivan a clínicas privadas. Y las/os pacientes se ven abocadas/os a buscar en dónde sea quién les recete y sacar de su bolsillo hasta lo que no tienen para comprar algo que todas/os, públicas/os y privadas/os, saben que funciona.

Cuando el dinero habla, la verdad calla.
Long Covid-19, el coste de una tragedia crónica.